En los últimos meses, han salido a la luz casos de abusos sexuales sistemáticos, producto de una organización que involucra a varios perpetradores. Pero ¿cómo entender este tipo de casos que contradice las explicaciones más difundidas por la prensa y el Estado al abordar la violación? Como, por ejemplo, el discurso de que se trata de crímenes pasionales en los que ha habido una relación romántica, libidinales en los que el hombre no ha sabido domar sus impulsos sexuales o patológicos pues quien lo comete seguramente tiene un problema en sus capacidades mentales.
Sin embargo, casos que han estremecido al mundo este año, demuestran que dichos discursos carecen de capacidad explicativa. Por un lado, el caso de Gisèle Pélicot, la valiente francesa de 71 años que atravesó su proceso judicial de forma pública con el fin de mostrar la cara de quienes abusaron de ella mientras estaba inconsciente. Gisèle fue drogada por su esposo a lo largo de una década y abusada por hombres que él se encargaba de encontrar a través de portales de internet: esposos, padres, trabajadores, hombres de todas las edades.
Por otro lado, el caso Burning Sun, que mostró una de las tantas caras ocultas del mundo del K-pop en Corea de Sur. Conocido así por el nombre del club nocturno, propiedad del ídolo Lee Seungri, en el que se cometían abusos a mujeres de forma sistemática. Revelado a través de un documental de la BBC a mediados del 2024, la historia comienza con chats privados en los que participaban varias estrellas jóvenes del k-pop y a través de los cuales compartían los videos de sus violaciones (en ocasiones grupales) cometidas contra mujeres jóvenes que drogaban y luego amenazaban para asegurar su silencio.
Si partimos de estos casos podemos ver que: 1) las víctimas no son solo mujeres jóvenes o con determinados atributos físicos; 2) los agresores son hombres que en todas las esferas de su vida se desenvuelven con normalidad (algunos incluso estrellas musicales); 3) las violaciones no son siempre respuestas del impulso momentáneo pues, en gran parte, son producto de una estructura organizativa; 4) la complicidad y el silencio entre hombres es la clave para mantener las agresiones.
Y es en este último punto en el que podemos situar un elemento que la argentina Rita Segato, en su libro Contra-pedagogías de la crueldad, ha llamado el mandato de masculinidad. En este texto que reúne algunas de sus clases, Rita comenta:
“El mandato de masculinidad exige el hombre probarse hombre todo el tiempo, porque la masculinidad es un status, una jerarquía de prestigio, se adquiere como un título y se debe comprobar su vigencia como tal”
El mandato de masculinidad es un elemento que atraviesa la forma en que los hombres perciben el mundo y actúan en coherencia, una jerarquía que demostrar y defender continuamente a través de la violencia. Esto no quiere decir que los hombres por naturaleza busquen el poder y la sumisión del cuerpo femenino. No, quiere decir que crecen en una sociedad que les desensibiliza y les exige demostrar su hombría ante la mirada de sus pares, los demás hombres. Partiendo de allí, Rita expone que para entender la violación debemos tener en cuenta dos ejes:
“La violación gira en torno a dos ejes que se retroalimentan. El de la relación del agresor con su víctima y el de la relación entre pares masculinos. El primero permite el tributo, demostrar la potencia y la capacidad de crueldad (…). El segundo le permite dar cuentas al otro, de que se cumplió con el mandato de masculinidad.”
Las explicaciones más difundidas que mencionamos antes solo observan el eje vertical, es decir, el de la relación agresor-víctima, con argumentos que se sitúan en uno de los dos sujetos, como la pasión, la provocación, los impulsos sexuales o las enfermedades mentales. Sin embargo, cuando reconocemos que el agresor también realiza el acto como un ejercicio de poder y una demostración ante los ojos de sus pares masculinos, hacemos visibles las lógicas detrás de casos como los mencionados.
El esposo de Gisèle Pélicot la convirtió en un objeto que se podía vender para el placer de otros. Creó una red en la que todos los agresores guardaban silencio como parte del pacto implícito entre hombres. En el caso de los ídolos coreanos, estos también hicieron uso del poder que provenía de su fama e incluso de sus conexiones con la policía para violar a mujeres, difundir los videos conocidos como “molka” en sus chats privados e incluso ofrecer estas experiencias a empresarios para conseguir auspicios para sus proyectos musicales. Y estas prácticas son tan propagadas que el abogado defensor dijo en corte que si eso era un delito, todos los hombres de Corea deberían estar presos.
“Un sujeto violador está expuesto a un mandato de masculinidad, un mandato que le exige exhibir sus capacidades, su título, su posición masculina ante los ojos de los demás. Y aunque el violador actúe solo, otras presencias se hacen sentir junto a él”
Si bien estos casos involucran directamente a un gran número de agresores que se encubrían entre sí. Rita explica que esta percepción de apoyo de los pares masculinos forma parte de cualquier acto de violación, aunque este se cometa en solitario. Todas aquellas veces en que un hombre se ha visto parte de un grupo que le facilita humillar a las mujeres, acosarlas en las calles, compartir sus fotos o videos íntimos, fortalecen en él ese mandato de masculinidad que es percibido como un apoyo del grupo y aparece como respaldo cuando se comete una agresión.
Segato, R. (2018). Contra-pedagogías de la crueldad. Prometeo Libros