Si Gabriela Goldbaum es ahora feminista, ¡me rehúso a seguir siendo feminista yo!

Hace unos días llegó a mi un texto titulado “Manifiesto Público Mujeres Ecuador” que acompañaba una serie de publicaciones sobre la violencia vicaria que estaría viviendo Gabriela Goldbaum, la exesposa del actual presidente. Este documento circulaba en los chats apelando a que, como mujeres feministas, firmáramos en respaldo a la candidata Luisa González diciendo, y cito, que “votaremos por una presidenta que se compromete de manera irrenunciable con los derechos de niños, niñas, adolescentes, mujeres y personas sexo-diversas…”. Entonces entendí que hay alguien por ahí tratando de explotar la historia de la violencia vicaria para sumar organizaciones de mujeres al voto por una candidata que (spolier: ya sabemos es anti derechos), porque nos asume tan simples y manipulables que piensa que vamos a salir organizadas, amiguis y en masa a defender a una mujer como si no tuviéramos posturas políticas más allá del tema del género y las violencias. Entendí también que, en efecto, hay organizaciones y mujeres brindando su apoyo y resaltando el coraje de Gabriela en las redes y la radio, a quienes podríamos leer como entusiastas del feminismo liberal. Y entendí, al fin, que ya no quiero seguir hablando del feminismo liberal como un tipo más de feminismo, igual de válido que cualquier otro.

El feminismo liberal es el nombre que le hemos dado a esa postura tibia, institucionalizada, capitalista, racista, transfóbica, entre otros males; que sostienen mujeres sin consciencia de clase, con un discurso de igualdad y derechos en tanto este no dañe las paredes, ni diferencie entre los intereses de mujeres blancas y ricas y los de mujeres empobrecidas, ni atente contra la moral, ni cuestione más allá del marco legal permitido. Ese conjunto de personas, discursos y prácticas que abundan en los espacios formales sin generar un mínimo de daño a las estructuras de poder, cuyo trabajo consiste en institucionalizar el género y vaciarlo de todo lo que permanece muy polémico: “memorice conmigo que el género es una construcción social pero cuidado explique el patriarcado, esa palabra es muy fuerte y asusta”; “no imponga el rosado a las niñas pero cuidado se quiera preparar para entender a la niñez trans” ; “respalde a cualquier mujer en su testimonio de violencia y cuidadito vaya a estar hablando de clases”.

Me rehúso a llamarme feminista si eso me exige apoyar sin más cuestionamiento político todo lo que mediáticamente tanga algo que ver con una mujer. Gabriela Goldbaum, en su lucha legal contra su exesposo y actual pareja es, en efecto, víctima de violencia vicaria, pero no es la nueva voz de las mujeres ecuatorianas ni la representante de miles de mujeres que “viven lo mismo”. Y claro que existe una relación de poder porque está enfrentado al primer mandatario del país, pero eso no le despoja de los privilegios que acompañan su caso, incluida la posibilidad de hacerlo mediático en el momento más oportuno porque inevitablemente su historia iba a ser explotada por medios y políticos en defensa de sus propios intereses. Y quizá cuando esto termine y siga siendo reconocida como una mujer rica y valiente, incluso quitándole el puesto a Lavinia si le toca volarse del país, puedan invitarle a las reuniones de mujeres mega empresarias que se juntan en grandísimos salones para evaluar cómo ocupar cargos cada vez más importantes en sus empresas familiares explotadoras de trabajadores, entre ellos/as, mujeres empobrecidas de nuestro país.

El hecho de que tuviera que surgir UN caso polémico (por las personas involucradas) para que se hable de la necesidad de reconocer la violencia vicaria definitivamente no es algo positivo. Da cuenta de lo poco que el tema le importa a los medios, partidos e instituciones del país. El hecho de que este sea ahora el referente de un tipo de violencia que ha llegado a cobrar vidas de niños y niñas y de tanta gente, en tanto tiempo, es señal de que esos otros cientos de historias pasaron sin ninguna relevancia. ¿Y si me niego ahora a ser asociada con el feminismo liberal entonces debería llamarme radical? Porque eso se siente como entrar a un nuevo grupo donde otra serie de cosas son indiscutibles. Sinceramente, lo único que busco es formar parte de un espacio donde las posturas se debatan, donde no hay nuevas reglas impuestas sobre lo que se debería pensar y hacer, donde no todo está permitido y tampoco es aceptado sin crítica alguna, donde no se reproduzca esa lógica patriarcal y capitalista de compartir una “ética” que no cuestione nada porque es la encargada de justificar un orden.

¿Cuándo dejamos de hacerle daño al poder? ¿Cuándo dejamos de entender el poder?