Abruma

Dejar salir lo que abruma. Escribir viendo las manos pequeñas como cuando era una niña. Poner lo creativo primero, el alma que crea y hace sentir va siempre primero. Hacerse cargo de lo emocional, del discurso, de las palabras que se escogen con cuidado. Hacerlo todo. Saber poco de todo y mucho de nada. No especificar, no especializarse.

Hacer de todo para no olvidarse de cómo se hace. Dejarse abrumar, pero saber cómo no abrumarse. Ver las manos manchadas de tinta no por lo que se ha escrito sino por lo que no se ha podido decir. Sentirse poco productiva, no sentirse productiva jamás porque jamás se ve el producto final. Se hace cada día, se piensa, se siente, se crea, se escriben cientos de letras, se escucha, se sueña, pero no se ve el producto jamás. Abruma.

Se intenta. Se empieza, pero no se termina, no se ve el desenlace exitoso, el tan maldito final aplaudido. Todo se acaba de a poco, en silencio. Desvanecerse con lo poco que queda y volver a encenderse con las nuevas ideas que tampoco llegarán al final. Y caminar con la bruma escondida y la sonrisa radiante. Con calma para que no se note, en silencio para no estorbar, como una dama manejando todo en paz. Dejar salir lo que abruma siempre en privado, padeciendo como manda la tradición, soportando para mostrarse abnegada. Y aprender a vivir atravesada por la bruma y la culpa. A menos que se deje salir.

Y se permita el estallido, y se grite y se encuentre con otras. Y se asuma y se explique a la infancia que esto también es normal. Y no se explique más. No preocupe más cómo las alas se ven desde fuera.