Las historias que la lactancia cuenta

Mi mami tuvo una dificultad importante en sus embarazos. No la entiendo muy bien porque me contaba detalles dispersos de sus historias y hace un par de años que ya no puedo preguntarle. Sé, en términos generales, que la apertura del cuello uterino le ocurría de forma prematura. Por eso mi hermano mayor nació prematuro y, en el sorteo de los problemas de la visión o el corazón que les toca a todos los bebés apresurados, a él le tocó tener problemas en los músculos de sus ojos. Para no repetir la historia conmigo, mi mami pasó el último trimestre de la gestación en cama y, así, nací yo a las 37 semanas sin mayor dificultad.

Como mi hermano nació en hospital público y tuvo que pasar un tiempo internado viviendo en una termocuna, mi mami tenía un horario para visitarle y no le podía cargar, imagino cómo debió doler. Fuera del horario de visitas, andaba con un biberón reuniendo leche donada por otras mujeres recién dadas a luz para tener con qué alimentar a su prematuro.

Reunir leche no era tarea fácil porque las mujeres hospitalizadas apenas tenían calostro y su propia producción se vio comprometida por el hecho de que no podía sostener a su bebé. Nunca le pude preguntar por qué la leche de fórmula no fue una opción, tampoco quería cuestionarle porque ella contaba ese pedacito de su vida con muchísimo orgullo. Era una de las pruebas más grandes de que fue, desde un principio, una madre muy entregada. No resaltaba lo difícil que seguramente fue, lo triste, lo angustiante. Se repetía que había cumplido con su deber y recordaba que el personal médico le admiraba y felicitaba por ello. Claro, era una madre cuyas acciones protegían a su bebé. A diferencia de esas madres negligentes que suelen poner en riesgo incluso su propia gestación.

Una madre cumpliendo su papel. Lo conveniente que resultaba para el hospital y para el Estado: no hacía falta proveer fórmula ni organizar un banco de leche. Mi mami asumía, sin recibir nada a cambio, la responsabilidad de mantener con vida a su hijo. Ella hacía el trabajo invisible y gratuito que ahorraba costos al sistema.

Así, siguió alimentando al chanchito del Estado una vez que pudo llevarse a su bebé e inició la lactancia. Mi hermano tuvo acceso al mejor alimento del planeta y gratis ¡qué sabia es la naturaleza! En un sistema en que se retribuye al trabajador por su tiempo, a la mujer no hace falta darle nada porque el suyo es totalmente gratis ¡qué suerte la de los humanos! Que la responsable de garantizar la supervivencia traiga consigo una fuente de alimento que no tiene ningún valor. Y en las cuentas tampoco suman el tiempo invertido, ni los gastos médicos, ni los productos asociados porque todo eso corresponde al ámbito privado. El extractor de leche, los protectores, los recipientes, la lanolina, entre otras cosas que mi mami no conoció pero que ahora, 40 años después, yo he tenido que comprar para garantizar que la lactancia fuese efectiva.

A pesar de la distancia inicial, el lazo que ellos tenían era de los mejores, incuestionable. Mi mami tuvo en su vida muchas maneras de desmentir discursos hegemónicos, en este caso la idea de que la lactancia materna exclusiva e inmediata es la única capaz de generar un vínculo fuerte y sano entre una madre y su bebé. Parecería obvio pero esta idea puede llegar a tener mucho peso, lo sabré yo que cuando mi lactancia falló con mi primer hijo pensé que había sido mi culpa por haber tenido una cesárea que me impidió colocarle en mi pecho apenas nació. A esta idea se sumó que las enfermeras me hicieron sentir humillada porque “no tenía pezón”, expresión que usan para decir que no es lo suficientemente grande y hacerte sentir que tu cuerpo no vale para lo que naturalmente tiene que hacer. Salí con mi bebé en brazos sintiéndome una madre desnaturalizada ¿qué podía ya ofrecer a mi hijo? Le había fallado desde un principio por no soportar el dolor del parto natural.

Salí y lo intenté solo un par de veces más, en silencio y en soledad. Nada. No lograba colocar a mi hijo en el pecho, sentía que lo rechazaba porque lloraba en desesperación. Empezamos a darle leche de fórmula y lo único que sabíamos eran las tres indicaciones que venían al reverso del tarro. Sobre beneficios o cuidados en la preparación sabíamos muy poco porque cada vez que intentaba investigar solo encontraba textos comparativos entre la lactancia y el biberón, sugiriendo que la fórmula era dañina cuando no lo es. Solo parece al compararla con la leche materna.

Pero como negligentes y descuidadas somos las madres para el sistema, ameritamos ser castigadas continuamente con carteles enormes en los centros de salud en los que solo falta colocar fotos de bebés muriendo con leyendas que digan “la fórmula no es de dios”. Y como ameritamos también ser vigiladas, ahora ya no podemos comprar fórmula directamente en las farmacias o supermercados a menos que pasemos nuestro caso por el filtro del conocimiento y la prudencia del pediatra, y contemos con un pedazo de papel firmado por él porque nuestro deseo y decisión, como siempre, no es suficiente. A veces me da la sensación de que quedamos en medio de una pugna de intereses entre el Estado y el mercado: el primero impulsa la lactancia para no tener más necesidades básicas a su cargo y porque los cuidados deben permanecer siendo parte de las tareas femeninas, mientras el segundo nos manda tarros de fórmula gratuitos y pañaleras cuando salimos del hospital para que en casa nos empiece a hacer ojitos y entremos en el círculo de dependencia de la fórmula aún cuando no era lo que queríamos para empezar.

Poco a poco he aprendido que la fórmula en realidad no es dañina y que no hacer lactancia no significa una falta de vínculo. Por el contrario, ahora que mi segundo bebé si está lactando, me preguntaba en las primeras semanas si habría logrado un vínculo positivo en medio de mis llantos por el dolor de pezones o mastitis mientras mi bebé se alimentaba. Esta vez lo logré porque tenía confianza en que podía superar lo difícil, pero no sabía a qué me enfrentaba. Una vez más, las imágenes de tantas mamás felices dando de lactar me traicionaron, tanto como los recuerdos que yo tenía mujeres en espacios públicos conversando con alegría mientras sus hijos lactaban. Una vez más, estaba desinformada. No sabía lo doloroso que podía llegar a ser en las primeras semanas hasta que la lactancia estuviera establecida. Ahora que han pasado tres meses todo va mejor, aunque el desgaste físico y emocional seguramente dejará secuelas más profundas y menos alegres de lo que se ve en las campañas.

Cada historia de lactancia puede contar una historia completa, imagino las mil maneras en que cada mujer lo estará viviendo, pero siempre con un factor en común, el peor: la culpa. Desde mi mami con su prematuro, pasando las madres que antes de los tres meses posparto ya deben regresar a trabajar por necesidad y no pueden mantener la lactancia, hasta las madres en Gaza que ven a sus bebés morir por falta de leche porque no han podido comer ni tomar agua en días. ¿Cómo logra el sistema hacernos sentir responsables por aquello que está totalmente fuera de nuestro control? ¿Cómo logra que algo tan precioso tenga que ser vivido de la manera más violenta?

Glorifica el papel de madre mientras nos castiga cuando algo sale mal, incluso si no depende de nosotras. Nos hace responsables del bienestar y nutrición de las nuevas generaciones y, si llega a descubrir que el bebé no lacta, encontrará la manera de castigarnos. Cuestionar nuestras capacidades y deseos, señalar incluso que no debíamos tener hijos/as si no teníamos las condiciones pero ¿quién tiene las condiciones? ¿pueden ser las condiciones realmente un asunto individual?